Después de ver Skyfall y escribir el post anterior,
casualmente, vi 24. Y descubrí que Skyfall es James Bond después de 24, pasado por el filtro de esa serie
que marca toda la primera década del nuevo siglo. No es la primera vez que se
cuestiona la profesión de Bond, pero las similitudes con la situación de la que
parte y constituye el eje de la 7ª temporada de 24, es más que clara.
En mi caso, tuve tres
obsesiones eróticas a lo largo de 24.
La primera fue, obviamente, Nina Myers, ex-amante de Jack Bauer, asesina de su
mujer y mercenaria implacable. Muerta en la 3ª temporada. La segunda, Mandy, otra
mórbida mercenaria que hace su entrada en la 1ª temporada volando un avión,
atenta contra el presidente (sin que nunca yo haya conseguido entender por qué)
en la 2ª y es finalmente capturada en la 4ª. Y la tercera, por encima de todos,
es la divina pelirroja y agente del FBI Reneé Walker, que aparece en la 7ª y 8ª
temporadas, con una importancia central. Ella convoca al perseguido Jack Bauer
al comienzo de la 7ª temporada y se ve atraída y trastornada por el lado oscuro
de la lucha antiterrorista en estados de excepción (también muere, iniciando
así la poderosa recta final de la serie en su última temporada). Aunque no sean
propiamente estados de excepción, como tales deben considerarse cada uno de los
días de la serie, siempre y cuando se entienda que es la amenaza terrorista (y
ya no digamos la concatenación de ellas, característica de la serie) la que los
convoca, siendo así que el estado, y principalmente sus aparatos represivos,
deben colocarse en esa tesitura, aún si el estado no la declara de forma
explícita. Es esta la base que pretende hacer sostenible lo mostrado, y así se
evidencia en la 7ª temporada, incluso en algunos parlamentos del propio Bauer;
es lo que la agente Walker debe aprender (y que, antes que ella y de un modo
menos evidente, aprende Audrey Raines, el anterior amor de Bauer).
La protagonista de Zero Dark Thirty también es pelirroja.
Me atrevo a pensar que ningún hombre heterosexual puede no sentir atracción por
las pelirrojas. A la morenita y enana Jodie Foster de El silencio de los corderos le costaba hacerse valer entre sus
compañeros agentes del FBI (y no digamos entre los viriles policías), pero los
cabellos rojizos de Jessica Chastain la otorgan un poder extra que Kathryn
Bigelow prefiere no articular más allá de su mera evidencia. Una pequeña
conversación cerrada por una oportuna llamada telefónica y una no menos
oportuna bomba, evidencia que Maya (el nombre del personaje, y quizás hasta de
alguien real) no folla, y sugiere que no lo hace en los casi 10 años de la
investigación. También hay un primer plano para sugerir que a ella esa
situación no la hace feliz precisamente, casi el único que Bigelow otorga a la
vida interior del personaje. Maya es la casta y tenaz sacrificada que vela por
nosotros, como Jack Bauer, y Zero Dark
Thirty acaba con un primer plano de Maya llorando, igual que en su momento
lo hacía la 3ª temporada de 24, con
Bauer. Malditos por su inteligencia (ellos son los únicos que ven claro en todo
momento), por su tenacidad y celo, por su capacidad de sacrificarlo todo,
incluso sus propias vidas, por el “objetivo”.
No es Bin Laden, sino el
rostro de Maya, el núcleo de Zero Dark
Thirty. No se trata de capturar al terrorista, sino de quién lo hace. Y no
solo porque el rostro de aquel no se muestra (quién sabe si siguiendo la
prohibición musulmana de representar el rostro del profeta), aunque el modo en que
se le descubre da precisamente la clave del tratamiento de Maya en el film.
Pues no es sino de su falta que se deduce que Bin Laden está en la casa. Es por
la imposibilidad de ver al fondo de un agujero, despejar una incógnita en la
descripción de los habitantes de la casa (quién es el marido de la tercera
mujer, quién camina siempre tapado, por qué unas medidas de seguridad tan
perfectas, etc.), que puede ponerse nombre al hueco. La existencia misma de la
incógnita es aquí lo que permite despejarla, o plantear al menos una hipótesis
plausible que, finalmente, resultará acertada. Con Maya sucede igual pero, su
rostro, lo vemos continuamente. El rostro inicialmente impresionado por las
torturas, después decidido, agresivo, o inexpresivo. El diálogo sobre los
“amigos” de Maya pretende no otra cosa que evidenciar que lo que vemos es un
agujero, que esa mujer no es otra cosa que su trabajo, y que su trabajo, su
obsesión da fe de ello, es su única vida. Solo la distancia respecto a la
acción separa a esta película de The Hurt
Locker: estos agujeros son útiles: son ellos quienes insisten hasta la
extenuación, son ellos quienes cumplen la misión, quienes atrapan a Bin Laden.
24 duraba un día, y
parecían 10 años. Zero Dark Thirty
dura 10 años, y parece un día. 24 se
daba tiempo, desarrollaba a su personaje. A pesar de su decidida defensa de
este, las dobleces y lugares oscuros están claros para cualquiera que sepa
mirar: es el privilegio del tiempo, acaso. Zero
Dark Thirty comprime muchos años en un solo personaje, que postula y
mantiene como espacio vacío: es una de las muchas retóricas del héroe, la que
permite apiadarse de él sin sentir que se está siendo manipulado para ello
pues, ciertamente, no hay violines ni grandes diálogos, sino contención.
Jessica Chastain no hace alardes, sino lo justo para que Bigelow pueda
describir su agujero, su incógnita, y hacer que sintamos pena por él en tanto
hueco, en tanto ser solo válido para lo que hace, para una vida dura, terrible,
para la cual la mayoría de nosotros, cómodo público, no valdríamos ni un solo
día.
El thriller es el género
que trata de los aparatos represivos, principalmente con la idea de buscar
medios de identificación con sus agentes (no necesariamente con sus objetivos o
los propios aparatos en tanto tales; este es el lugar de la confusión en la que
más fácilmente puede caer una crítica política). Esta identificación precisa
una valoración de la violencia, de las circunstancias que la exigen y hacen por
tanto aceptable, pero también una piedad, una lástima por esos personajes que
la ejercen, pues sin eso no tendrían el favor de un público que se caracteriza
por preferir siempre que sean otros quienes ejerzan la violencia por ellos. Por
esto, el thriller es susceptible de mostrar siempre una dimensión crítica, en
un grado mayor que un espejismo, y algo menor que una crítica sustancial.
Zero Dark Thirty nos niega el rostro de Osama Bin Laden. En su
lugar, nos ofrece el de la pelirroja Jessica Chastain, llorosa por algo
incierto que cada espectador deberá definir: ¿lástima?, ¿remordimiento?,
¿conciencia de que ahora llega la vida, tras el final de la misión?,
¿conciencia del vacío tras la venganza?, ¿de que no se sirve para otra cosa? En
ese movimiento, no otra cosa que la unión con el verdugo.